EL ORIGEN DE TODO MAL
Con «el origen de todo mal» me quiero referir al motivo último que nos lleva a una consulta de Psicoterapia. La demanda/petición inicial puede ser muy variada y suele adoptar una de estas formas “tengo depresión”, “tengo ataques de ansiedad/pánico”, “no puedo con mi familia/mundo”, “no sé qué hacer conmigo/con ellos”, “no soy capaz de mantener una relación o encontrar el amor”, “siempre me engañan”…
Todo esto esconde algo que el filósofo danés Kierkegaard describió hace más de un siglo, “la causa de la desesperación reside en no elegir ni desear ser uno mismo y que la forma más profunda de desesperación es la del individuo que ha elegido ser alguien diferente de sí mismo. Por otro lado, en el extremo opuesto a la desesperación se encuentra el desear ser el sí mismo que uno realmente es”.
La duda y el miedo que surge en el individuo a través de la terapia toma entonces esta forma, “si me muestro como soy de verdad, todo el mundo me abandonará y me quedaré solo/a”.
El miedo que nos atenaza es a dejar las máscaras que hemos ido adquiriendo a lo largo de la vida y que, si bien nos hacen daño, nos dan una sensación de falsa seguridad.
Dejar caer las máscaras es una experiencia profundamente perturbadora pero, cuando el individuo avanza como ser humano y se muestra ante sí mismo tal y como es, lo hace desde el permiso que aprende a darse para pensar, sentir y ser libremente.
La relación terapéutica, que en palabras del Dr. Irvin Yalom es “una relación entre dos neuróticos en la que uno está un poco mejor que el otro”, va ayudando a que la persona no necesite de esas máscaras, primero para verse y quererse a sí mismo y luego para mostrarse a los demás.
Es cierto que algunas personas saldrán de su vida, pero también es cierto que algunas se quedarán y, lo que es más importante, las nuevas relaciones que se establecen lo hacen desde la autenticidad y sin miedo a “ser descubiertos”.